domingo, marzo 23, 2008

Mi padre y la guerra

Muchas veces me pasa por la mente la idea de escribir un relato sobre mi familia, una saga en la que, por ejemplo, hablaría de mi madre, hija de humildes emigrantes valencianos, llegados a Catalunya a finales del siglo XIX, él de Xàtiva y ella de Beniganim, supongo que huyendo de la miseria y de una vida sin futuro, cómo todos los emigrantes que en el mundo han sido.

Y mi abuelo materno era "lerrouxista", según me había contado mi madre, medio avergonzada. Los "lerrouxistas" auténticos, los de entonces, eran los seguidores del presidente del Partido Radical de España (que se llamaba de izquierdas pero que, al llegar la República, se alió con la CEDA, la derecha de Gil Robles), el político andaluz Don Alejandro Lerroux, de verbo inflamado y demagógico, anti catalán que había captado a muchos inmigrantes de Catalunya, pobres desarraigados y muchos desencantados o frustrados, fáciles de enfrentar con la "burguesía catalana que les explotaba, etc. etc.". Cuando oigo por la radio al Federico Jiménez Losantos y algunos tertulianos suyos así cómo algunos políticos "peperos", igual de embaucadores, falaces y demagogos, no puedo mas que meterme en la piel de mi abuelo y entender cómo le podían haber "comido el coco".

Pero de quien quiero hablar ahora es de mi padre y de una parte concreta de su vida, vida bien jodida si se me permite expresarlo así.

Durante la guerra civil española, en casa de mi abuela paterna, la que se había casado con un "gabacho" y donde vivían mis padres, tenían colgada una bandera francesa en el balcón y en la puerta de su piso de Barcelona, una carta del Consulado Francés donde se atestiguaba que en aquel domicilio residían súbditos franceses, bajo el amparo del consulado.

No tuvieron nunca ningún problema (salvo los bombardeos, las miserias, etc., si bien siempre me explicaron que fueron mucho peores las estrecheces y carencias de la post-guerra...). Me refiero a problemas con los registros domiciliarios de los "milicianos", que iban siempre en busca de desertores, emboscados, etc., para enviarlos al frente o fusilarlos.

Pero justo cinco meses después de terminada la guerra civil (Cautivo y desarmado el ejército enemigo...) y siete meses después de nacido yo (que seguramente fui engendrado durante un bombardeo...), Gran Bretaña y Francia, haciendo honor a su pacto de mutua defensa con Polonia, que acababa de ser invadida por Hitler, declararon la guerra a Alemania.

Mi padre y su hermano, mi tío, fueron movilizados. Residiendo en España, donde no podía venir a buscarlos la "Gendarmerie", se podrían haber escaqueado. Pero eran unos patriotas y entendieron que su deber era ir a la guerra. Allons enfants de la Patrie... Y para "la France" que se fueron.

Mi tío Ernesto, destinado en un regimiento de telegrafía, estuvo siempre en un cuartel de Versailles. Al acercarse las tropas alemanas, él y sus compañeros empezaron a huir (perdón, a retirarse...) y andando o corriendo se cruzaron casi toda Francia, hasta Perpignan. Muchas veces, al llegar a un pueblo, se encontraban con que los alemanes, en tanques y camiones, ya habían llegado antes y tenían que hacer grandes rodeos para seguir hacía el sur y no caer prisioneros.

Al firmarse la rendición francesa o alto el fuego del mariscal Pétain, mi tío se encontraba ya en la zona no ocupada y fue desmovilizado. La odisea que pasó entonces ya la contaré otro día.

Pero mi padre fue enviado a proteger la frontera entre Holanda (aliada de Francia y Gran Bretaña, mientras que Bélgica se había declarado neutral pero de nada le sirvió) y Alemania. Durante la llamada "Drôle de Guerre" o guerra tonta o rara, en que ninguno de los bandos se atacaba, el destacamento de mi padre montaba guardia en la orilla de un canal y en la orilla de enfrente estaban los "boches" o alemanes, en plan despectivo o peyorativo (los americanos les llamarían los "kraut", por comedores de "sauer kraut" o "choucroute", col agria y los ingleses les llamaban "jerries". Todavía hoy, las latas de gasolina que llevan los "jeeps" y los todo-terrenos, se llaman "jerrycan" (la lata de "jerry"), porque empezó a usarlos el "Afrika Korps").

Siempre se ha dicho que si los aliados, justo después de la declaración de guerra, hubieran atacado, los alemanes, inferiores entonces, hubieran sido derrotados. Pero el tiempo que se concedió a Hitler permitió que los "nazis", con armamento, medios mecanizados y tácticas mucho mas modernos, se movilizaran y activaran al máximo su rearme. Cuando los alemanes se decidieron a avanzar, los aliados, faltos de espíritu combativo entre otras causas, todavía corren.

Mi padre, junto con cientos de miles de soldados franceses y con todo el Cuerpo Expedicionario Británico, fue envuelto y rodeado en la bolsa de Dunquerke. Lógicamente y lo puedo comprender, la marina inglesa, que llevó a cabo una operación de reembarque de una gran valentía, bajo los aviones de la Luftwafe ametrallando y bombardeando con sus Stukas a las filas de soldados que esperaban ser recogidos en la playa así como a los cientos de naves de todo tipo que participaban en el rescate, dieron preferencia a sus tropas inglesas y luego embarcaron a cuantos franceses pudieron, hasta que tuvieron que darlo por finalizado.

Junto con otros miles, mi padre fue de los que quedaron en la playa y fueron desarmados y hechos prisioneros por las columnas "panzer" que los asediaban. Muchos historiadores creen que si hubieran atacado con todos sus medios acorazados, hubieran acabado con los ingleses antes de su reembarque pero que Hitler, que sentía una cierta admiración hacía el pueblo inglés, no quiso ensañarse, creyendo que podría alcanzar algún tipo de tratado de paz que le permitiera lanzarse contra Rusia, sin otras ataduras. Pero no conocía a Winston Churchill.

Los prisioneros, andando, fueron obligados a dirigirse hacía Alemania, cruzando toda Bélgica y Holanda, entrando por la frontera a la altura de Colonia.

Mi padre fue recluido en un campo de concentración. No un campo de castigo, cómo Mauthausen, Auschwitz, etc., donde fueron encerrados y exterminados los judios y los gitanos, sino un campo de prisioneros militar, el "Stalag VI A", cerca de Dortmünd, en la Cuenca del Rhür. Donde no los exterminaban ni gaseaban, pero pocos salieron vivos. Mi madre tardó varios meses en conocer, a través de la Cruz Roja, que su marido vivía y estaba prisionero en Alemania.

Estuvo trabajando, de forma forzada, cortando árboles en el bosque, calzado con unos zapatos viejos y con nieve hasta las rodillas. Luego estuvo de mozo en una granja. El dueño era un cabrón pero me contó que es donde mejor estuvo ya que, por lo menos, le daban algo de comida para complementar la del campo, donde el menú era, por la mañana, un sucedáneo de café, aguado y que mas parecía y sabía como un vaso de agua sucia y al mediodía, una sopa hecha con peladuras de patata (de las patatas que comía la tropa) y algún trozo de carne, del que te tocaba uno cada varios días, si te tocaba...

En mayo de 1945, le liberaron los americanos. Cuando casi todos los guardianes habían huido, llegó un "jeep" con un sargento y varios soldados hasta la puerta del campo. El sargento americano les dio algunas pistolas a los prisioneros y les dijo que al día siguiente llegarían las tropas a liberarlos. No dijo para qué les dejaba las armas. Mi padre cogió una y se fue hacía la casa donde vivía uno de los guardianes que mas le había jodido y que no había huido. Le salió su mujer, llorando, y le dijo que su marido estaba enfermo en cama. Mi padre, que no tenía suficiente mala leche, se largó sin vengarse...

Al día siguiente llegaron tropas y camiones y luego, en avión, a mi padre lo mandaron hacía París, donde fue desmovilizado por el ejército francés. Le pagaron cuatro reales, que era la paga de soldado que le debían desde que había sido hecho prisionero, cinco años antes. Se fue a una joyería y le compró un anillo de oro blanco y un pequeño brillante, a mi madre. Dicho anillo, fallecidos mis padres, se lo dí a mi hija, que lo conserva y espero que lo herede mi nieta. Su valor sentimental es muy superior al material.

Antes de devolverlo a su casa, el gobierno francés lo ingresó en un sanatorio de montaña, en Mont Louis, en los Pirineos, donde estuvo tres meses reponiendose. Pero cuando llegó a casa, en agosto de 1945 y que es cuando yo le conocí, tenía que sentarse sobre un cojín, porque con la madera de la silla se le clavaban sus huesos en la piel del culo.

Las guerras, cuando se sufren, son una mierda.

Coronel Von Rohaut

1 comentario:

Pharster dijo...

Son interesantes los comentarios fidedignos, nos ayudan a comprender mejor;
a los de nuestra generación nos ocurre que a pesar de haber estado presentes en los aciagos días de nuestra guerra civil, eramos demasiado jóvenes para hacernos cabal idéa. ¿Fué Carrillo un asesino o un defensor de la legalidad?¿Eran las checas necesarias o una barbaridad injusta y cruel?¿Se habia de "matar" a un cedista?¿O al contrario lo justo era matar a un Cenetista? Barbaridades que no merecen más que el más profundo de los olvidos. Pere